Capítulo 1: El principio del fin.
Amaneció una mañana lluviosa en el módulo 7 y la gente ya empezaba su movimiento diario. Los locales a pie de calle comenzaban a encender sus luces y los trabajadores de la pequeña ciudad caminaban por las calles, prácticamente al mismo tiempo que salía el sol.
Los módulos fueron creados hace muchos años, tras la Tercera Guerra Mundial que destruyó el mundo y erradicó a un alto porcentaje de los seres vivos del país. Estos módulos consistían en recintos dentro de una cúpula que protegían algunas ciudades emblemáticas del mundo, que resultaron menos dañadas con las batallas, de la radiación y los peligros de fuera. Lo cierto es que ya poco quedaba de esas ciudades 200 años después de la guerra.
La gente de a pie tuvo que volver a oficios humildes como artesanos o agricultores para sobrevivir. Otros como el de maestro o medico se mantuvieron, de modo que todos trabajaban para todos y cada módulo tenía ciertas facilidades que explotar.
Muchos edificios aún conservaban el estado dañado tras la guerra. Los que aún son habitables fueron ocupados por familias en las que se empezaron a formar los hogares actuales.
Liam miró por la ventana, distraído. La mañana prometía una fuerte lluvia, como la de aquel día. El chico se dirigió a su armario y se preparó. Su casa era de ladrillo pintado de blanco, una casa sin apenas tecnología en la que existía luz para alimentar los electrodomésticos de los hogares y dar vida a un televisor viejo que apenas proyectaba dos canales. Su familia tenía una panadería, el había crecido allí, rodeado de harina y levadura. Absorto en esos recuerdos de la infancia terminó de vestirse. Una camisa negra y apretada, unos pantalones negros y botas militares también negras. Se puso una chaqueta verde y se guardó los guantes de cuero negro en un bolsillo. Liam era un chico de 26 años, aproximadamente un metro setenta y cinco de estatura, de complexión atlética. El pelo castaño lo llevaba rapado a los lados y algo más largo en la parte superior. Sus ojos eran grandes y marrones, una nariz recta y unos labios marcados. Llevaba una barba que parecía afeitada de hacía unos tres días. Suspiró delante de un espejo tan desgastado que apenas mostraba la imagen completa, se pasó los dedos por el pelo, en un intento de colocarlo y bajó las escaleras rumbo a la panadería.
La luz del amanecer entraba por la recién arreglada cristalera del local y se mezclaba con el olor dulce del pan y los bollos recién hechos.
El local tenía la pintura de las paredes algo carcomida, los muebles eran antiguos, anteriores a la Tercera Guerra, de madera, con motivos similares a ruedas de locomotora. El pan descansaba en un mostrador acristalado y en estanterías limpiadas escrupulosamente por la madre de Liam cada día.
Marisse era una mujer menuda de 52 años. Su cabello corto estaba repleto de canas y su cara con arrugas mostraba una sonrisa dulce. Llevaba un delantal negro manchado de harina.
Su padre, en contraste, era un hombre alto y regio, con bigote blanco. Él era completamente calvo y muy serio. Vestía un traje de cocinero blanco con el típico gorro de chef.
— Buenos días familia. — saludó el chico cogiendo un bollo recién hecho y metiéndolo en una bolsa de papel.
— Buenos días, hijo — saludó su madre dándole un beso en la mejilla.
— Buenos días, Liam. — saludó una voz triste desde detrás del mostrador. Irma, la madre de su mejor amigo, Matt, se puso en pie y le dedicó una sonrisa apagada.
Irma era una mujer tan bajita como su madre, rechoncha y dulce. Tenía unos profundos ojos azules que llamaban la atención y una melena pelirroja con canas le hacían parecer un león.
Desde aquel día la sonrisa de la madre de Matt había desaparecido, primero había muerto su marido en servicio militar. Luego su hijo fue detenido y llevado al CIM, de eso hacia un año. Irma no se había recuperado desde entonces y tampoco lo había perdonado del todo.
Liam salió de la panadería y caminó por la calle principal. Los edificios altos y blancos estaban muy sucios y en su mayoría derruidos. Las ventanas de aquellos que estaban en buenas condiciones mostraban ropa tendida o algún bártulo en el balcón. Allí donde el chico mirase, militares caminaban para asegurar las calles, drones sobrevolaban las carreteras, vigilando a los habitantes y sus movimientos. Al día siguiente era día de dotación por lo que la actividad de los cuerpos de seguridad sería mayor desde ese momento.
La dotación llegaba una vez al mes a modo de apoyo a las familias. La mercancía llegaba personalizada en base a las necesidades de cada módulo. En el número siete, era común que faltase agua potable por lo que, aparte de semillas, alimentos no perecederos y en alguna ocasión, materiales necesarios para las actividades económicas del lugar, era común que las familias recibiesen una cantidad personalizada de agua potable. Todo esto venía de la cúpula central, que era más grande que las demás y controlaba toda la parte económica, siendo la más rica y en la que Vivian los políticos y militares de alto rango.
Sin darse cuenta, Liam había llegado al CIM, el único edificio moderno del módulo 7. Fabricado en hormigón blanco y dispuesto en varios edificios de apenas tres plantas que se unían en la recepción o conectaban entre ellos por pasillos a modo de puente. Fuera había varios vehículos militares. Entró en una recepción de paredes y muebles blancos. Una chica sentada al fondo en una mesa con un ordenador saludaba a los que entraban. Anya sonrió a Liam al entrar y el chico encaminó el pasillo de la izquierda, el que llevaba a las salas de entrenamiento.
En la segunda planta, entró en los vestuarios a dejar sus objetos personales y allí estaba ella. Una chica rubia de estatura medía y el pelo sujeto en dos trenzas pegadas a la cabeza. Llevaba la misma cazadora que él, pero ella mostraba en el hombro, el logo de la serpiente con alas, y las siglas EMM, que la identificaba como miembro del Equipo de Médicos Militares. Los preciosos ojos grises de Amaia se centraron en él y le sonrió mostrando unos dientes blancos y perfectos. Un segundo después, estaban fundidos en un fuerte abrazo al que siguió un apasionado beso en los labios.
— Hola — dijo él sonriendo e intentando recuperar el aliento.
— Hola — dijo ella con una sonrisa coqueta.
— ¿Entras o sales? — le preguntó Liam con sus manos en la cintura de la chica.
— Lo siento guapito, salgo. Estoy agotada y tengo que descansar para mañana. — le respondió la joven, enredando el dedo índice en el flequillo del chico y soltando después, dejándole un pequeño tirabuzón.
— La dotación. Me toca mañana también. — dijo él con un resoplido.
— Desventajas de pertenecer a la elite, joven vaquero. — le tomó el pelo ella. — Me voy, a ver si puedo descansar algo. Hablamos luego. — se despidió. Se dieron un beso rápido y ella se marchó.
A Liam le tocaba patrulla, por lo que se quitó la cazadora y la colgó de su taquilla, fue hacia la sala de armas y se equipó con su armadura de Operaciones Militares Biológicas. Consistía en un forro térmico azul oscuro con cremallera y cuello alto, una placa de pecho y espalda biónica de color verde, unas hombreras protectoras y brazaletes tecnológicos del mismo color que ocultaban una pistola pequeña cada uno y un rifle de asalto a la espalda que dispara ráfagas laser de conmoción que se activa por huella dactilar.
Una vez con el equipo completo, deshizo el camino hasta la recepción y tomó el pasillo contrario al de antes. Pasó por delante de las salas de contención de aquellos con el gen19 que estaban prisioneros allí, sacó una fina hoja de papel doblada, la soltó en el suelo y la pasó con el pie por debajo de la puerta. Repetía ese ritual en cada turno, cada vez que pasaba por delante. Esperó diez segundos y como cada día, él no obtuvo nada. Siguió su camino hasta la sala de operaciones, en la tercera planta, donde le asignarían la zona a vigilar ese día.
Tras la asignación y después de un rato en el coche hasta el lugar seleccionado, Liam tuvo un rato para caminar y pensar en lo ocurrido aquella noche.
La mañana que aconteció a la desgracia recibió una carta que cambió su vida, le habían aceptado como miembro del OMB, es decir, pasaba de ser soldado raso, a miembro de Operaciones Militares Biológicas, un grupo de élite al que se asignan las misiones de extracción de los G19 y otras de riesgo mayor, generalmente fuera de la cúpula. Se había convertido en el miembro más joven de la élite. En la carta le explicaban que esa misma tarde tenía que presentarse en la sala de operaciones del CIM para su primera misión y así lo hizo. Llegó allí después de comer, aunque no había comido nada de puros nervios. Tras las presentaciones oportunas de los nuevos reclutas, se les expuso la misión a llevar a cabo, la extracción de un G19 que podría resultar peligroso. Liam no quería imaginar que vecino podría ser, por lo que se centró en equiparse su recién entregada armadura del OMB y en sujetar fuerte el rifle de asalto dentro del vehículo en el que los llevaban.
Cuando se detuvo el coche y se bajó de él, se dio cuenta de que llovía. Se paró un segundo para ubicar el lugar donde se llevaría a cabo su primera misión como OMB y la visión lo dejó pasmado, era su casa. Lo sabían, sabían que su amigo Matt era un G19 y venían a por él, no podía evitarlo, encubrir a alguien con el gen19 activo era delito.
Matt y su madre vivían en casa de Liam desde que el padre de su amigo murió y se habían convertido en parte de la familia. Liam sabía que su amigo era un G19, él mismo lo había ayudado a ocultarse y controlar su don, ahora estaba ahí parado, bajo la lluvia, dispuesto a detener a su amigo.
El capitán del equipo llamó a la puerta y los 4 militares que iban, entraron en la casa.
— Lo siento mucho, venimos a buscar al G19 Matthew Bennet. — dijo el capitán. Un hombre grande y musculoso, de pelo canoso y corto.
Toda la familia se quedó muda, Irma miró a su hijo y lo abrazó con lágrimas en los ojos. Liam desvió la mirada para evitar que las lágrimas invadiesen sus ojos.
— Novato. Espósale. — La voz del capitán le golpeó como si le diesen un puñetazo en el pecho. Sacó de su cinturón unos brazaletes de metal y le puso uno en cada mano a su mejor amigo al que no podía ni mirar.
“¿Por qué me haces esto Liam?”
Al mirarle a los ojos pudo leer esas palabras en su mirada, que se clavó en su mente y se grabó a fuego, una mirada que no olvidaría nunca.
Desvío la vista, con los suyos empapados en lágrimas y pulsó el botón de las esposas, estas se juntaron de golpe como dos potentes imanes y los dones de Matt quedaron inutilizados.
Se topó con un niño al que no vio por estar abstraído en ese recuerdo. El niño lo miró con ojos aterrorizados, unos ojos que Liam no comprendía o más bien no quería comprender. Con esos ojos clavados en sus retinas terminó el turno y volvió al CIM para dejar la armadura y volver a su casa.
Al entrar en su cuarto, aun pensando en ese niño de gesto temeroso en el rostro, la figura de una chica rubia se abalanzó sobre él con dos hojas de papel en las manos.
— ¿Qué coño es esto Liam? — le exigió saber.
— ¡Amaia! ¿Qué haces tu aquí? — dijo él sorprendido.
— No es esa la pregunta ¿Qué estás tramando Sanders? — exigía saber ella.
— Voy a sacar a Matt del CIM — dijo él, como si desease contarlo y liberarse por fin.
— ¿Cómo? — preguntó Amaia.
— Lleva un año ahí encerrado Amaia, él no es peligroso, solo un chico con el gen 19. No ha hecho daño a nadie. — explicó Liam en un tono de voz bajo.
— ¿Quién sabe esto? — preguntó ella.
— Nadie, el plan es mío. — respondió él.
Amaia le miró a punto de llorar.
— ¿Cuándo? — quiso saber ella, pero él negó con la cabeza y le puso las manos en las mejillas.
— Es una locura Liam. En el mejor de los casos tu amigo se convertirá en un fugitivo fuera de la cúpula, en el peor, acabareis todos fuera y sin opción a refugiaros en ninguna otra porque muertos al menos no sufriríais el castigo del gobierno — siguió ella.
— ¿No te das cuenta de que es justo por eso? Amaia, hoy he visto a un niño que me tenía miedo ¿Cómo proteges a gente que te teme? Yo no quise ser militar para detener a mi amigo, ni para patrullar una calle en la que sabemos de sobra que hay cientos de robos pero que la gente no denuncia porque nos teme más de lo que temen a sus vecinos. No se si este es el gobierno que quiero defender, sobre todo, si los defiendo de gente que no supone una amenaza más allá del desconocimiento de sus dones — Liam parecía haberse quitado un chaleco de mil kilos de plomo.
Amaia lo miraba, muda, sin saber que responder a eso.
— Soy médico, Liam, he curado algo a la mayoría de los habitantes de este módulo y siguen mirándome con ese terror del que tu hablas. He salvado la vida a sus hijos y les he colado comida de la dotación mensual a familias que no llegan con lo que les dan. Estoy viendo lo podrido del sistema desde una sanidad que no mejora y a la que no le dan facilidades para cumplir un trabajo vocacional y que es bien para todos. Claro que no es el gobierno que quiero proteger, pero es en el que viven mis amigos y familia, no quiero a los G19 encerrados, pero tampoco quiero que un hombre que causa terremotos con solo poner un dedo en el suelo arrase con lo poco que tengo. — Amaia terminó ese discurso con lágrimas en los ojos, Liam intentó abrazarla, pero ella lo apartó de un empujón, dejando las hojas de papel en su pecho mientras se marchaba de allí.
Liam miró el hueco de la puerta por el que la melena de Amaia había desaparecido y luego los papeles de sus manos. Cartas que había escrito a sus padres por si el plan de rescatar a Matt no salía bien.
Queridos papá y mamá.
Supongo que estáis confusos y no entendéis bien que ha pasado. En realidad, confío en que esta carta se pierda entre las llamas antes de que llegue a vosotros, pero si la leéis, sabed que lo tenía que hacer. No podía dejar a Matt pudriéndose en la cárcel, se que no fue culpa mía, pero ese sentimiento me consume.
Os escribo para que entendáis el porqué de mi decisión y con la esperanza de que este acto egoísta por mi parte no os afecte.
Para cuando leáis esto puede que esté prisionero, muerto o huido, pero quiero que sepáis que os quiero, que soy lo que soy por vosotros y que no tendría el valor de hacer esto si no fuera por todo lo que me habéis enseñado y entre esas enseñanzas, está la responsabilidad.
Por favor, no hagáis ninguna locura, pase lo que pase esta decisión es mía y las consecuencias las asumiré con la cabeza alta.
Hasta que volvamos a vernos. Os quiere:
Liam.
El joven se percató de que lloraba cuando una lagrima, que caía de su mejilla, mojó el papel y emborronó un poco la firma. Se limpió con la manga, dobló la carta y la guardó en un sobre. Luego se quedó mirando la otra.
Querida Amaia.
Se que no podrás perdonarme que tomase la decisión sin consultarte, pero también se que entenderás que, entre todas las personas importantes de mi vida, entre las que te encuentras, también está Matt.
No puedo perdonarme por haber dejado que se lo llevasen y la mirada triste de su madre cada mañana me arranca el alma. Se que comprenderás porque lo he hecho, aunque al principio tengas esa necesidad de matarme con tus propias manos.
Si no te lo conté fue porque necesitaba que todo saliese bien y si estás leyendo esto supongo que es porque no salió todo lo bien que yo pretendía. Por favor, cuida de mis padres, ni ellos ni Irma sabían nada acerca de esta decisión. Espero verte de nuevo, en esta o en otra vida mejor. Te quiero rubia.
Liam.
Tras leer la carta entre lágrimas también, la guardó en otro sobre, cerró los dos y los metió debajo de su almohada. Se dio una ducha fría y tras ponerse unos pantalones cortos que usaba para dormir, se acostó.